El Ojo de La Serpiente

Tras la puerta comenzaron a oírse voces, imprecaciones y algún que otro golpe. Dos de los informadores habían entrado minutos atrás para hablar a solas con el jefe. Pero no dos informadores cualquiera, los dos que venían siempre encapuchados para que nadie supiese ni quiénes eran ni de dónde venían salvo el propio Kran. Los dos sobre los que había órdenes específicas de no seguir, no interrogar, no hablar y casi ni pensar bajo amenaza expresa de perder la cabeza. Los dos que llegaban envueltos en sendas capas y embozados con grandes capuchas, que entraban sin hablar con nadie, ni mirarlo, y pasaban directamente a ver al jefe sin siquiera golpear la puerta. Los dos que durante los últimos días habían aparecido por allí más de lo habitual y que, por las posteriores reacciones, parecían no traer noticias demasiado buenas.
Ellos dos, otrora dos simples rateros que ahora hacían guardia en la puerta del hombre que más habían temido en sus vidas, se miraban el uno al otro intentando hacer como si de la entrada que estaban velando hacia adentro no estuviese ocurriendo nada en absoluto.
—En unos días serán las fiestas por la formación del imperio —dijo uno de ellos intentando desviar la atención.
—Sí —asintió el otro—. Mis hijos llevan toda la semana recordándomelo cada vez que estoy con ellos. Desde que en el bando del Emperador anunciaron que este año los festejos iban a ser especiales...
—Críos... yo por suerte no tengo. De todas formas me acercaré a ver si puedo... pillar algo, tú ya me entiendes.
—Pues, por tu bien, espero que no te refieras a robar. Como el jefe se entere de que robas por tu cuenta... —auguró—. Dicen que al último le cortó la mano delante de toda su familia.
En esos momentos la puerta se abrió y se hizo el silencio entre ellos. Los dos informadores salieron embozados en sus capuchas y, a paso rápido, desaparecieron por los pasadizos de la mina abandonada. Seguramente, aunque ellos no los vieron, caminarían por las viejas galerías excavadas en la piedra muchos años atrás hasta llegar a la fonda que hacía las veces de tapadera y ocultaba la entrada secreta a los túneles. Aunque más que secreta para todos los demás era más bien inexistente; ya que no había nadie que la conociese que no estuviese entre ellos. O, en caso contrario, que siguiera con vida.
Por la puerta, que aún permanecía abierta, apareció Kran. Un hombre en apariencia no demasiado imponente; de mediana estatura, de apariencia robusta aunque no intimidante. Pero con una mirada fría y calculadora que a los que la conocían en profundidad les provocaba pavor; y allí todos la conocían bien. El único rasgo distintivo por el que se le distinguía con claridad era el parche que llevaba en el ojo izquierdo, justo en medio de una fea cicatriz que le cubría desde la sien hasta la mejilla. Una marca sin duda que añadía aún más peso a su ya de por sí penetrante mirada.
—¿Señor? —dijo solícito uno de los guardianes.
—Ve ahora mismo a buscar a Ulgor y que traiga a los hombres de confianza. Los quiero aquí de inmediato.
—Sí señor —respondió y salió a correr pasillo adelante.

No hay comentarios :

Publicar un comentario