Un oscuro secreto (II)

Tokei acercó una pequeña mesa, un par de jarras con aguamiel y otro taburete al ocupado por Bungar. Se sentó frente a él e hizo un gesto invitándole a comenzar.
—Aquella noche en Sanqua —empezó tras dar un sorbo a su jarra— Izzan, Thanos y yo salíamos de una taberna cuando oímos unos gritos. Al llegar vimos cómo te enfrentabas a unos asesinos para proteger la vida de una niña y de inmediato nos unimos a la lucha. Te habían herido y te estaban rodeando, así que llegamos en el momento justo para cogerlos por sorpresa y hacer huir a los que no murieron en el acto. Habían matado a su familia, pero al menos la niña sobrevivió. Al final te llevamos con nosotros y, bueno, hasta el día de hoy.
Tokei se lo quedó mirando unos instantes. Las palabras de Bungar poco tenían que ver con la realidad, pero debía buscar la mejor forma de hacérselo ver y ayudarle a recordar lo que había olvidado.
—Y, ¿qué me dices de Izzan? ¿No le ocurrió nada?
—¿Izzan?
—Sí, Izzan. Desde aquel día cojea un poco al andar. Fue por algo, ¿no?
—Sí, bueno... —respondió Bungar con gesto pensativo.
—Tú mismo me acabas de decir que le salvé la vida.
Bungar tomó un nuevo sorbo de su jarra, su confusión aumentaba por momentos y parecía empezar a no estar del todo seguro de sus palabras.
—Sí, ahora lo recuerdo —dijo al fin—. En su huída los perseguimos por un par de calles y uno de ellos, seguramente alguno que permanecía escondido vigilando, le lanzó a Izzan un dardo envenenado. Cuando despertaste en nuestro campamento Izzan había empeorado mucho y no conseguíamos curarlo. —Dudó durante unos instantes, hasta que acabó por exclamar:— ¡Tú nos ayudaste a dar con el antídoto para salvarlo!
—Claro, por eso Izzan cojea y tiene un desgarro en la pierna, por un dardo emponzoñado. Sin duda era una toxina muy potente —respondió Tokei socarrón.
El rostro de Bungar se mudó en extrañeza, su desconcierto era cada vez mayor y comenzaba a transpirar. Tomó un nuevo trago y se enjugó el sudor de la frente.
—Lo lamento Tokei, pero estoy confundido, y un poco mareado.
—Tranquilo, son los efectos secundarios de algo que te he puesto en la bebida —reconoció—, pronto remitirán.
—¿Cómo? —bramó Bungar indignado.
De inmediato intentó levantarse, pero el efecto de lo que había tomado era tan fuerte que estuvo a punto de derrumbarse. Fue Tokei quien lo sostuvo y lo ayudó a sentarse y a apoyarse en la mesa.
—Lo siento, sé que ha sido bastante traicionero, pero tenía que hacer algo rápido para que me creyeses; y es lo mejor que se me ha ocurrido.
Antes de volver a su lugar Tokei fue a otro extremo de la tienda y volvió con su antiguo petate de viaje, de donde extrajo una vieja caja lacrada decorada con una fina banda dorada en sus bordes. La colocó en la mesa y tomó asiento.
—Ahora, amigo, vamos a hacerte recordar.

No hay comentarios :

Publicar un comentario