Un oscuro secreto (IV)

La oscuridad se disipó de pronto y, en un parpadeo, el candil que minutos antes daba luz a la habitación volvía a iluminarla como si nada hubiese ocurrido: la vela se había consumido. Bungar pestañeó atónito tendido en el suelo, aún con el corazón latiéndole dentro del pecho como un caballo desbocado; había recuperado el control de sí mismo. Durante un instante, después de caer al firme, la barrera mental que le impedía acceder a sus recuerdos se había derrumbado y todos los retazos de memoria ocultos habían invadido su mente como una explosión. Lo recordaba todo, pero eso no había hecho más que aumentar su confusión.
Tokei se acercó presto y le tendió la mano para ayudarle a levantarse. Durante unos segundos Bungar dudó. Se había acordado de todo, incluido eso en lo que Tokei se había convertido, o lo que era... no lo sabía. Pero se serenó y la asió con fuerza; fuese como fuese tenía claro lo que era: su amigo.
—Gracias —dijo tras incorporarse.
—Veo por tu expresión que he tenido éxito. ¿Lo recuerdas todo con claridad?
—Sí —afirmó—. O eso creo —dudó—. No sé si evocar todo esto y tener algo claro son cosas compatibles.
—Comprendo —señaló la mesa—. Siéntate y hablemos.
—En cierta forma soy como un niño al que le han enseñado los números pero no qué hacer con ellos —comenzó después de que ambos tomaran asiento—. Y, sin embargo, se ve obligado a usarlos. Mi maestro lo sabía todo, o casi todo... y sabía qué se debía hacer. Pero murió antes de poder instruirme.
Bungar vaciló, sin duda tenía muchas preguntas que formular, pero no quería empezar por la que más le preocupaba, así que empezó por la que ya le hiciera tiempo atrás mientras cabalgaban camino a Ranavva.
—¿Qué son esas cosas?
Tokei sabía que eso no era lo que ansiaba saber su amigo, pero aun así le concedió la respuesta.
—Son unas criaturas oscuras, temibles y terribles, despiadadas. Las llamo demonios porque evocan lo más retorcido que puedo imaginar; pero ni siquiera sé cómo se llaman, o de dónde vienen.
—Entonces, ¿existen sin más?, nunca he conocido nada igual; y nunca he oído hablar de nada parecido.
—Según mi maestro contaba son un eco, un resto de un antiguo mal, de ese algo perverso que originó la hecatombe que se produjo antes de la creación del imperio, de la caída de La Sombra.
Recordaba que Tokei ya había intentado hablarle de ello y que él no había querido escucharle; incluso había intentado refugiarse en que se trataba de una alucinación o un engaño. Pero aún notaba en su cuerpo el estremecimiento que le había producido ver su cara a la luz de la vela. Lo había visto de cerca, y tenía la certeza de que fuese lo que fuese ni podía ser una alucinación ni era algo natural. Entonces, lanzó la pregunta que sus labios pugnaban por disparar desde que había recuperado su dominio.
—Tokei... ¿y tú?

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