Un oscuro secreto (V)

—Yo era un raterillo de tres al cuarto. Mi madre murió cuando nací y mi padre... bueno, podríamos decir que mi padre prefería el abrazo de una botella de vino al peso de cargar con un hijo. Al menos tengo que concederle que lo hizo, de mejor o peor manera; hasta que aprendí el oficio y me fui.
Hizo una pausa y bebió un trago de su jarra, que aún permanecía intacta en la mesa.
—Era un jovenzuelo, robaba lo que necesitaba y hacía lo que quería. En cierta forma en mi inmadurez incluso me consideraba afortunado. Hasta que intenté robarle a la persona equivocada.
En este punto Tokei sonrió, a pesar de todo tenía un buen recuerdo de su infancia; y aquel intento de hurto fue el punto final de la misma.
—Aún hoy en día no llego a explicarme muy bien cómo pude pasar de ser descubierto metiendo la mano en la bolsa de un hombre en el ocaso de su vida a convertirme en su discípulo. Siempre pensé que no fue sólo la casualidad la que tomó partido en aquel encuentro; pero nunca llegué a preguntarle sobre ello.
—Había sido cazador casi toda su vida —continuó—. Pero la edad y la pérdida de un brazo en su último y más encarnizado enfrentamiento lo habían hecho replantearse su camino.
Bungar asintió. Empezaba a notar en su propio pellejo la desagradable sensación de que la edad pesaba más que la propia armadura, y sabía lo que eso podía significar para un guerrero.
—Cuando los años empiezan a ser mayor carga que el escudo...
—No, no creas ni por un momento que fue eso —aclaró—. Aún cuando lo conocí rezumaba una vitalidad desmesurada, capaz de tumbar la juventud de un muchacho día tras día sin casi dar muestras de cansancio. Lo que lo llevó a ese cambio fue la necesidad de preservar sus conocimientos, su legado. No podía permitirse cometer un error y morir sin haber transmitido antes su sabiduría.
Tokei quedó en silencio, no en vano se acercaba el punto en que su indisciplina había precipitado el peor de los desenlaces. Finalmente prosiguió.
—Me instruyó en el manejo de su espada hasta que pasó a formar parte de mí. Me infundió su calma y perseverancia. Fue para mí un verdadero padre, me enseñó no sólo a luchar y a sobrevivir, también me enseñó a vivir. Hasta que le fallé...
Bungar empezó a comprender.
—Creía que ya me lo habían enseñado todo —siguió con pesadumbre—, cuando me desveló la verdadera naturaleza de su caza, cuando me confesó a lo que había dedicado su vida.
—Fue entonces cuando supiste que existían esas cosas —terció Bungar.
—Más aún. De su último combate había conservado algo a costa de perder un brazo. Un recipiente, una urna contenedora; y en ella la esencia de la criatura, atrapada durante años, consciente y colérica. Todo mi entrenamiento sólo había tenido un objetivo, que yo continuase con su labor, que yo hiciera lo que él ya no podía: doblegar a la criatura, controlarla y atarla a mi voluntad.
—No lo conseguí... lo maté...

No hay comentarios :

Publicar un comentario