Amanecer carmesí (II)

Una vez pasadas la sorpresa y la confusión iniciales los mercenarios se habían rehecho con rapidez, aunque no lo suficiente como para evitar que sus hombres les causasen numerosas bajas. Algunos se habían parapetado tras varias barricadas improvisadas, o en las distintas tiendas que rodeaban el perímetro de la plaza; pero la mayoría se había refugiado bajo la carpa central. Estando a cubierto habían empezado a responder a los disparos y a causarle algunas pérdidas; nada que le preocupase ya que, gracias a la escabechina inicial, sus fuerzas casi los triplicaban en número. Sin embargo, no podía dejar que aquello se alargase demasiado, la guardia de la ciudad no tardaría mucho en hacer acto de presencia y, al fin y al cabo, los proyectiles se les estaban agotando. Justo acababa de sacar del carcaj la última flecha.
Tomó una determinación y devolvió el venablo a su lugar. Era necesario acabar pronto con aquello, así que trazó con rapidez una estrategia en su mente.
—¡Alto! —gritó al tiempo que los disparos de su gente decrecía de forma notable—. ¡Prended las fechas en llamas y lanzadlas contra las lonas!
Sólo una nueva descarga surgió de arcos y ballestas, lo suficiente para que tiendas y toldos comenzasen a arder, obligando a los soldados a abandonar su protección.
—¡Ahora, a por ellos! —bramó alzando la espada para animarlos hacia la batalla.
De los callejones y casas vacías alrededor de la plaza surgieron un buen número de bandidos, otros se dejaron caer desde ventanas o tejados; poco tardaron entre todos en rodear a los mercenarios. Sin embargo Kran permaneció seguro donde se encontraba, ya había tenido su ración de muerte y no quería tomar riesgos innecesarios; sus objetivos eran más importantes. Además, quería disfrutar de aquella refriega desde la distancia; iba a ser una matanza, un ensayo de lo que les ocurriría dentro de no mucho a sus verdaderos enemigos.
Durante unos segundos ambos bandos cruzaron miradas desafiantes; los unos rodeados y en clara minoría, los otros relamiéndose ante la inminente victoria; los unos formando un círculo para protegerse entre ellos, los otros en un anillo que se cernía amenazante. Kran, por su parte, los observaba con deleite.
Para su asombro la formación defensiva se rompió y de ella se separó un tipo corpulento que portaba una armadura que conocía muy bien: la de la guardia del emperador; resopló con rabia cuando los recuerdos volvieron a su mente. Sin duda aquel tenía que ser el líder del grupo; para el que había reservado su última flecha.
Desafiante, tras haberse mostrado a sus adversarios, embistió a los más cercanos cubriéndose con un gran escudo. El golpe fue tan fuerte que varios de ellos cayeron sobre los que tenían detrás, provocando un tumulto considerable. Sin embargo la violencia del impacto no lo detuvo, con un rápido movimiento arrojó hacia un lado al rival al que había ensartado con la espada y rebanó el cuello del siguiente desafortunado que se había cruzado en su camino.
En un instante se desató el caos. Impelidos por el arrojo de su cabecilla, el resto del grupo se lanzó en pos del combate, dando lugar a una extraña sinfonía, mezcla del choque de aceros y los bramidos de lucha.

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