Recuento de bajas (III)

A pesar de que faltaban pocos días para las celebraciones por la formación del Imperio, el ambiente general en el cuartel no era de fiesta. Sin duda había agitación, pero de una índole muy distinta a la marcada por las fechas que corrían. Y todo era debido a los acontecimientos de la noche anterior; o a lo supuestamente ocurrido, ya que en realidad nadie más allá de los mercenarios daba crédito a lo que ellos mismos contaban. Aun así, la preocupación porque la historia tuviera el más mínimo resquicio de verdad era palpable.
Algo más que resultaba extraño a los integrantes del cuartel era el que casi no hubiese heridos de gravedad, sobre todo tras el enfrentamiento que debía haberse producido en la plaza. Ya que nadie ponía en duda esta cuestión después de ver la sangre vertida en el firme, las armas y armaduras destrozadas repartidas por doquier, o los restos del campamento. De hecho, salvo uno, los soldados ni siquiera habían encontrado muertos en lo que los hombres de la Compañía aseguraban que había sido una masacre.
Sin duda todo el asunto era bastante desconcertante, y el que las celebraciones estuviesen tan cerca y pudiese existir el más mínimo peligro en las calles de la ciudad en unos días en los que iban a ser las más transitadas de todo el Imperio tenia a todo el cuartel en pie de guerra. El ir y venir de guardias era constante, las salidas y entradas de las patrullas se habían intensificado, incluso parte de la dotación del castillo estaba colaborando en lo posible para reforzar la seguridad de la urbe.
Ajenos en buena medida a todo ese trajín, los mercenarios supervivientes estaban siendo tratados de sus heridas, en su mayor parte cortes y hematomas, por uno de los médicos de la corte.
Gileas, pues ese era su nombre, había acudido al cuartel en parte por indicaciones del Emperador y en parte por la amistad que años atrás lo uniera a Bungar. Era considerado uno de los mejores galenos de la ciudad y, justo por ello, había accedido de buena gana a trasladarse allí por un tiempo, pensando que merced a sus conocimientos podría salvar alguna vida. Aunque al final había comprobado, no sin cierto alivio, que en esta ocasión no iba a necesitar emplearse a fondo para hacer su trabajo.
Justo se disponía a pasar revista entre los heridos para ver cómo se encontraban cuando vio a Bungar entrar en la sala, acompañado precisamente por el joven que un rato antes se había marchado antes de que hubiese podido hablar con él.
—¿Cómo te encuentras viejo amigo? —le preguntó tras haberse acercado-. Deberías dejar que te mirara esos rasguños y descansar un rato.
—Supongo que demasiado viejo para esto, y muy cansado; pero unos arañazos no podrán conmigo. Me preocupa más el estado de mis hombres, ¿cómo están?
—Físicamente bien, se repondrán; pero, fuera lo que fuera lo que pasara, está claro que ha sido un mazazo para ellos. Quizá necesiten tiempo para superarlo —respondió no sin cierto abatimiento—. Poco puedo hacer ahí.
—Ha sido duro para todos, me temo. Te agradezco que estés aquí, amigo.
—Un buen médico siempre debe estar donde se le necesita, como un buen soldado, ¿no es así? Tú me lo enseñaste. Pero ahora será mejor que descanses —insistió—, luego tendremos tiempo de recordar glorias pasadas.
—Esta bien —concedió Burgar al fin.
Y mientras Gileas le indicaba a Bungar uno de los catres improvisados donde podía echarse un rato pudo ver por el rabillo del ojo cómo Tokei volvía a escabullirse con disimulo, como si quisiera evitar preguntas incómodas.

No hay comentarios :

Publicar un comentario