Revelaciones

A pesar de la herida pudo incorporarse con relativa facilidad. Notaba la presión del vendaje y un leve entumecimiento en el pecho; esto último quizás a causa de algún ungüento que le hubiesen aplicado, o eso parecía decirle su olfato. Aunque tampoco se preocupó de ello en demasía, ya que su atención debía centrarse en algo mucho más importante.
Con cuidado acomodó la espalda contra la pared y miró a Crisannia con gesto incrédulo. Ésta, a su vez, se acercó a la cama y se sentó dándole la espalda, como siempre jugando con el ángulo de luz y el cobijo de la capucha para que su faz quedase oculta.
Durante los instantes que duró el silencio estuvo tentada de acercarse desde atrás y destaparla, de descubrir por fin ese rostro que le había permanecido esquivo hasta ahora. Sin embargo, se dejó guiar por el sentido común y la interpeló:
—¿Por qué nunca te muestras? Si de verdad vas a ser sincera conmigo me gustaría poder mirarte a los ojos.
La primera respuesta que obtuvo fue una leve risa cargada de ironía que la pilló por sorpresa.
—No sería sinceridad precisamente lo que verías en mis ojos —susurró más para sí que para su interlocutora, como si ella misma se hubiese planteado la pregunta—, ni mucho menos...
—No —dijo con un tono de voz más firme antes de que Mei llegase a replicar—. Si mantengo mi identidad oculta es por una razón que no te concierne. Ambas somos konomi, con que conozcas eso es suficiente, ya es mucho más de lo que otros saben.
Mei no intentó buscar el sentido oculto de esas palabras; sabía que cualquier esfuerzo caería en saco roto, que insistiendo no iba a conseguir nada.
—Está bien —concedió—. Puede que eso no sea asunto mío, pero hay otras respuestas que sí me debes... ¿Cómo conociste a mi madre?
—Ya te lo dije, intentó asesinarme.
Dudó en plantear la siguiente pregunta. Ya había descubierto que conocía a su madre mucho menos de lo que creía; era evidente que ésta había tenido un pasado que nada tenía que ver con los tranquilos días en la finca del señor Drent.
Pero, aun así, le costaba aceptar la existencia de esa otra faceta de Yamiko.
—¿Por qué? ¿Qué tenía ella en tu contra?
—Creo que es obvio, las Hijas de la Noche me quieren muerta.
Era la respuesta que esperaba, no había otra posible; sin embargo, el ver confirmada su primera sospecha hizo que otras empezaran a ganar fuerza. Otras sobre la relación entre Crisannia y Yamiko, sobre la cercanía de ambas, o sobre el verdadero propósito de los que habían matado a su madre. ¿Y si simplemente hubiese estado en el lugar inadecuado en el momento inoportuno? ¿Y si sólo era una víctima? ¿Y si ella misma se veía envuelta en todo aquello por la sola conveniencia de Crisannia de utilizarla en su favor? En el fondo apenas la conocía, no sabía qué intereses podría tener...
—Ellas la mataron —afirmó—. Pero en realidad a quien buscaban era a ti. Y mi madre murió intentando protegerte...
El silencio se hizo dueño de la habitación mientras la acusación flotaba con pesadez en el aire. Crisannia se levantó y se giró lentamente, tanto que durante un leve instante y gracias a la luz del candil Mei creyó vislumbrar algo de forma entre las sombras de su capucha. Se inclinó hacia delante con la misma parsimonia hasta llegar a colocar las manos en la cama, manos que ahora podía ver, finas y afiladas por el paso del tiempo. Aun sin verlos, Mei sintió cómo los ojos de Crisannia se clavaban en los suyos con fuerza, cómo aquel acercamiento le provocaba desazón, cómo se le enfriaba el rostro.
—Te equivocas muchacha —dijo al fin en un tétrico susurro—. Fueron esas criaturas que ves en tus pesadillas. Y te buscaban a ti.

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