Revelaciones (V)

Sus miradas se mantuvieron fijas la una en la otra durante unos segundos eternos; hasta que Crisannia posó su mano con ternura en la mejilla de Mei, intentando romper con delicadeza aquella complicada confusión.
—Lo siento, pero no. No soy Yamiko —esbozó una sonrisa triste—. En este mundo hay muchas cosas posibles, quizás más de las que jamás puedas imaginar; pero el que alguien pueda burlar a la muerte y volver a la vida no es una de ellas.
Aunque, en realidad, las palabras no habían sido necesarias. A pesar del gesto cariñoso de Crisannia, de la suavidad con la que la mano aún se mantenía en su pómulo, no era un tacto cálido y amable como el de su madre; no era ella.
—Y, entonces, ¿por qué eres idéntica a ella? —preguntó tras unos instantes.
Antes de responder Crisannia recuperó la compostura y volvió a envolverse en la capucha, como si de pronto se hubiese sentido desnuda, desprotegida.
—Esa es la misma pregunta que me hizo Yamiko la primera vez que me vio, cuando intentó asesinarme y, al descubrir mi rostro, se vio reflejada a sí misma. Pero, como aquella vez, no tengo una respuesta. No lo sé.
—Mi madre no conoció a sus verdaderos padres, cuando era un bebé la abandonaron en la puerta de la familia de Hottai; él mismo me lo contó. Podríais ser hermanas —conjeturó dejando entrever un leve atisbo de esperanza.
—Eso es imposible chiquilla, porque fui yo quien la dejó allí.
Después de todo lo dicho, esa afirmación fue la que acabó por confundir por completo a Mei. Crisannia era idéntica a su madre, a como ella la recordaba de su niñez, con su juventud de entonces. En un principio le había parecido alguien de cierta edad, y esa repentina juventud la desconcertaba, más aún contrastada con lo que acababa de oír. Muchas preguntas se arremolinaron en su mente, aunque no llegó a plantear ninguna. Un gesto inequívoco le disuadió de hacerlo.
—No deberías saber nada de todo esto —dijo Crisannia tras bajar la mano—. Ya es tarde, me temo, y te he revelado demasiado para irme sin más; pero ni tengo todas las respuestas ni voy a desvelarte más de lo que crea conveniente.
Tomó aire, demorándose unos segundos para darle mayor importancia a sus palabras.
—Debes ser consciente de que es peligroso que sepas esto, y que si no lo mantienes en secreto podría haber consecuencias, malas consecuencias.
Mei asintió, algo cohibida por la seriedad que Crisannia había adoptado de pronto.
—Por último —continuó—, no habrá más preguntas al respecto. Cuando termine me marcharé, debes descansar.
Crisannia no esperó ni el consentimiento ni la negación de Mei; se levantó con parsimonia y comenzó a caminar frente a la cama.
—¿Crees que poder ver el alma de las personas con sólo mirarlas a los ojos es un regalo o una tortura?
Aunque con dudas al respecto, Mei intentó responder, pero Crisannia la interrumpió antes de que pudiese hacerlo.
—¿Y si además fueras capaz de leer dentro de las personas hasta tal punto llegar a conocer su futuro, aunque no se te permitiese cambiarlo?
Esta vez sí hubo posibilidad de réplica.
—Eso es un don, es algo bueno.
—Sí, yo también pensaba eso. Hasta que me asomé al mismo infierno; hasta que miré a los ojos del ser más despiadado que puedas imaginar. Fue entonces cuando me dí cuenta de que tener ese don era la peor de las torturas.

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