Un paso más

Después de abandonar la sala de reposo Tokei había salido fuera del cuartel para volver a la plaza donde se había asentado el campamento. Desde luego no deseaba acercarse allí para rememorar los acontecimientos ocurridos desde la última noche; sin embargo tenía algo importante que recuperar, y quería hacerlo antes de que llegara un nuevo ocaso.
Aunque le costó moverse por las primeras calles, pues no conocía muy bien la zona donde se ubicaba el cuartel, pidiendo un par de indicaciones tardó poco en llegar a los barrios pobres, donde ya se sentía más cómodo. Seguía cojeando y el cuerpo le dolía, pero nada de eso le impidió caminar con rapidez hasta su destino.
No tardó mucho en encontrarla entre los restos carbonizados de lo que había sido su hogar durante varias semanas: la espada de su maestro, ahora suya. Limpió la sangre reseca como buenamente pudo y la enfundó, no sin antes comprobar que su fulgor púrpura se mantenía intacto; eso lo tranquilizó.
Intentó localizar también las dagas de su pupila, las cuales ya había notado que eran igualmente especiales, aunque su poder permaneciese latente. Más no tuvo éxito. «Me lo imaginaba...» pensó con una mezcla de enfado y fastidio y, tras despedirse de los guardias que le habían permitido acercarse a los restos del incendio, volvió al cuartel.
No tuvo que esperar demasiado, apoyado en una de las paredes del patio de armas trasero, para ver cómo una figura encapuchada se escabullía cobijándose en las sombras que se prolongaban merced a la noche que empezaba a caer.
—Crisannia... —la interpeló antes de que se perdiese tras alguna esquina—. He de confesar que no me sorprende verte aquí.
Se paró y, sin darse la vuelta para encarar a su interlocutor, respondió:
—He venido a ver a una amiga, tenía que asegurarme de que estaba bien. Ahora he de marcharme.
Dando por terminada la conversación continuó su camino.
Tokei estaba acostumbrado a las idas y venidas de Crisannia, a su aparente indiferencia ante aquello que no le era de interés, e incluso a que a veces lo tratara como si siguiera siendo un muchacho a su servicio. Y lo hacía por respeto a su difunto maestro; pero en esta ocasión no pudo contener su indignación.
—¡Crisannia! —alzó la voz lo suficiente como para frenar su marcha—. ¡Sabías que iba a pasar, lo sabías!
—Sí —zanjó con firmeza—. Y, ¿acaso lo ocurrido no os ha salvado? ¿acaso no habéis sobrevivido algunos gracias a eso?
—¿Salvado? —insistió contrariado—. Nos habría salvado que me hubieras advertido, que hubiésemos sido sabedores de lo que nos esperaba.
—Nada hubiera sido diferente... no se puede cambiar lo que ya está marcado en las sendas del Destino...
Era consciente de que no tenía razón; pero le podía la frustración. Conocía a Crisannia lo suficiente como para haber sospechado desde el principio que podía estar al tanto de la aparición de aquellas criaturas; ella misma se lo acababa de confirmar. Pero no era menos cierto que antes de su llegada estaban atrapados por los asaltantes; que, irónicamente, los habían salvado de una muerte segura.
Agachó la cabeza. No podía reprocharle nada, al menos no sobre lo ocurrido horas atrás. Aun así, antes de que volviera a esfumarse le lanzó una última pregunta:
—Crisannia, ¿nunca tienes miedo a equivocarte?
—No —respondió con rotundidad—. Hace ya tiempo que cometí un error mucho más grave que el peor que podría haber imaginado jamás.

No hay comentarios :

Publicar un comentario