Un paso más (II)

Los años de soldado y las noches pasadas en alerta habían forjado sus costumbres hasta tal punto que, aun estando todavía sumamente cansado y no menos dolorido por los cortes y magulladuras, el primer despuntar del alba lo había hallado despierto.
Esto no lo sorprendió, al igual que no lo hizo el escuchar cómo sus hombres también compartían su falta de descanso. Pero lo que llegaba a sus oídos no era el despertar desenfadado de unos compañeros de viaje, o la algarabía de un nuevo día para una compañía de mercenarios; sino que el ambiente estaba cargado de abatimiento.
Había permanecido inmóvil, con los párpados cerrados y reclinado sobre el catre. Los últimos acontecimientos rebullían en su cabeza, al igual que las palabras de Tokei. Había comprendido que no era justo cargar a sus espaldas toda la responsabilidad, pero tampoco lo era arrastrar a sus compañeros en pos de sí en la búsqueda de una venganza que podría traer aún peores consecuencias.
Tras reflexionar largamente había tomado una decisión así que, reafirmándose en su convicción, abrió los ojos y se incorporó.
Tuvo que sobreponerse al choque con la realidad cuando volvió a comprobar a lo que había quedado reducida su compañía. Una docena de hombres ajados y decaídos era lo que tenía ante sí, poco más de la cuarta parte de los que lo acompañaban al entrar en la ciudad. Aun así en sus ojos brillaba algo más, el reflejo de lo que él mismo sentía: la sed de venganza. Y se había propuesto apartarlos de ese camino, no quería perder a más camaradas.
—Amigos —dijo en cuanto fijaron su atención en él—. Todos asumimos un riesgo al adoptar la vida que llevamos. No es la primera vez que perdemos a compañeros en el campo de batalla; pero nunca ha sido tan doloroso como ahora.
Dejó pasar unos segundos, valorando los gestos y las miradas de asentimiento de sus hombres.
—Creedme si os digo que también quiero justicia, ansío hacerles pagar lo que nos han hecho; pero no que eso signifique ver correr de nuevo vuestra sangre. Es por eso que he tomado una determinación: disolver la compañía. Somos mercenarios, con todo lo que ello implica, y esta vida no es para siempre. Hemos estado muchas veces cerca del final, en esta ocasión demasiado, y en la próxima puede que no tengamos tanta suerte; es momento de ponerle fin. Volved con vuestras familias, a vuestras casas, abandonad esta vida. Es mi última orden.
Estaba preparado para el rechazo a sus palabras, para enfrentarse a las quejas de sus camaradas, pero no para el efecto que éstas produjeron en ellos: aceptación. No por displicencia, lo entendió con rapidez, sino porque habían llegado a la misma conclusión que él. Salvo por heridas leves habían sobrevivido a una muerte segura, habían sentido en la piel un miedo mucho más visceral que cualquiera que hubiesen experimentado antes. Sabía que no eran cobardes, pero a veces el más valiente es aquel que sabe aceptar una derrota.
No quiso reflexionar mucho sobre ello. Porque sabía que él nunca daría un paso atrás, que no descansaría hasta haber hecho pagar a cada uno de los responsables de lo ocurrido. Pero no por venganza, se lo había prometido a sí mismo, sino por justicia.

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