Un paso más (III)

Durante la mañana había visto cómo cada uno de los que habían sido sus camaradas durante los últimos años iban abandonando el cuartel. Gileas no había considerado necesario retener a ninguno de ellos en pos de alguna atención médica así que, poco a poco, la sala se había ido quedando vacía y cada uno partía a reencontrarse con su familia.
No era amigo de las despedidas, pero prefería que estas fueran un cruce de manos fraternal antes que un adiós póstumo. Antes de que partiesen les había entregado una parte de las riquezas de la extinta compañía, gracias al arcón que los soldados habían rescatado de los restos del campamento; al menos así les aseguraba un buen futuro.
Y ahora se encontraba ante el adiós más difícil de todos. Con el tiempo había entablado una buena relación con la mayoría de los integrantes del grupo, pero dos de ellos habían sido para él desde el principio verdaderos amigos. Uno ya no estaba, y el otro se le acercaba en ese mismo instante.
—Arriba ese ánimo compañero —le dijo Thanos tras darle una palmada en la espalda—. Todo llega a su fin, ya lo sabíamos cuando empezamos en esto. Es hora de seguir hacia adelante.
—Es cierto —reconoció.
Asintió taciturno unos instantes mientras lo asimilaba. Entonces le lanzó una pregunta:
—¿Qué harás ahora?
Thanos se separó un par de pasos y lo miró de hito en hito.
—¿Qué quieres decir?
Sabía que no iba a ser fácil discutir este tema con Thanos.
—Bueno, como bien has dicho esto se ha terminado. Quizás algún día dentro de unos años me apetezca recordar viejas historias; me gustaría saber dónde puedo encontrarte...
—Ni se te ocurra pensarlo —lo interrumpió Thanos con sequedad—. Empezamos en esto juntos, los tres, y ahora que falta Izzan no pienso alejarme y hacer como si todo esto no hubiera pasado.
—Ni yo —dijo una tercera voz.
Aunque no muchas, algunas mujeres viajaban con la compañía, por lo común familiares o compañeras de los mercenarios; y el trayecto hacia la capital no había sido distinto. Una vez en la ciudad se habían dispersado, no eran guerreras y Bungar nunca había sido partícipe de que ningún civil, familiar o no, se arriesgarse a verse implicado en situaciones de peligro.
Reconoció aquella voz de inmediato. En las últimas horas había compartido momentos tristes con algunas de las esposas de compañeros caídos, se había sentido impotente ante el dolor de quien ha perdido a un ser querido; pero aquello era diferente.
—Voy con vosotros —insistió.
Ambos se giraron para encararla. Era el vivo reflejo de su padre, su mirada, sus gestos; pero ya no parecía la muchacha sobreprotegida que los acompañara en los viajes de la compañía. Ya no veían en ella a la dulce jovencita cuyo mundo giraba únicamente alrededor de su amigo.
Los rasgos eran los mismos, pero una inusitada madurez se había alojado en ellos, una convicción y una seguridad que contrastaban con su habitual indefensión.
Por eso ninguno de ellos fue capaz de oponerse cuando, tras acercarse hasta un par de metros, zanjó:
—Mi padre ha muerto, pero el culpable pagará por ello. Lo juro.

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