Un paso más (IV)

Durante unos interminables segundos los tres se habían mirado entre ellos. O, más correctamente, los otros dos habían posado sus ojos sobre él. Desde un principio en su mente había trazado una línea que no pensaba rebasar, había decidido dejar a los demás al margen y resolver aquel asunto en solitario.
Pero en realidad ni siquiera sabía por dónde empezar y, de todas formas, qué posibilidades tenía él solo contra una banda de asaltantes o, en el peor de los casos, contra aquellas criaturas.
—Está bien —concedió resignado—. Prefiero que estemos los tres juntos a que hagáis alguna locura.
—Querrás decir los cuatro —añadió alguien más desde la puerta de la habitación.
No les hizo falta mirar para saber que se trataba de Tokei. Este se acercó con paso tranquilo y se unió al grupo.
—No querrás dejarme al margen, ¿no? —se dirigió a Bungar.
—Pretendía hacer esto por mí mismo, pero supongo que al fin y al cabo necesitaré ayuda.
—Y para eso están los amigos —sentenció Thanos.
Permaneció pensativo durante unos segundos. Tres de los que estaban allí habían presenciado de primera mano lo ocurrido la noche anterior, pero Enia no. Debía saber lo que le había ocurrido Izzan, tenía la obligación de contarle la verdad.
—Sentémonos entonces, antes hemos de aclarar lo sucedido.
Al gesto de Bungar los cuatro se acercaron a una pequeña mesa y tomaron asiento en los taburetes que había alrededor. No sabía por dónde empezar, mas no tuvo necesidad de hacerlo.
—Lo sé Bungar.
—¿Qué quieres decir? —preguntó este.
—Mi padre no lo olvidó, nunca dejó de tener pesadillas con esas criaturas. No os lo contó para no preocuparos, pero me decía que venían a por él, que sentía cómo lo buscaban.
—Entiendo... —fue lo único que alcanzó a responder, una situación complicada había pasado a convertirse en otra aún peor.
—Al principio me negaba a creerlo, pensaba que las fiebres le habían afectado. Pero los sueños que me contaba eran tan nítidos, las descripciones que me daba eran tan escalofriantes. Me di cuenta de que no eran las palabras de un loco.
Un silencio incómodo cayó sobre ellos. Bungar posó su mano sobre la de Enia, le sorprendía cuánto había madurado en tan poco tiempo. Desde aquel día en el que Izzan había estado a punto de morir en la tienda del campamento, desde el momento en el que Tokei lo había salvado; ahora, con la perspectiva del tiempo pasado, se daba cuenta de ello.
—Siento que hayas tenido que pasar por esto.
—Una vez te marcan no hay redención posible —continuó ensimismada—. En sus pesadillas mi padre huía sin parar; pero no podía escapar por mucho que se esforzara. Cada noche se acercaban más y más. Sólo era cuestión de tiempo que vinieran a por él.
Aun conscientes de lo que ya había sucedido, del terrible desenlace que había tenido para Izzan, aquellas palabras cayeron sobre ellos como un jarro de agua fría. Estaban descubriendo que ni por asomo estaban preparados para lo que les esperaba.

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